En solo 10 minutos

Foto de Enrique Sánchez vía Flickr

Recuerdo con cariño a Joaquín, era un compañero, un amigo de del colegio. Hoy lo etiquetaríamos como un alumno con "Necesidades Educativas Especiales". En aquella época, y para nosotros, era un niño que hacía fichas de primero en una clase de sexto. Su comportamiento también era más infantil, pero no nos resultaba extraño, lo conocíamos desde siempre. Lo cierto es que tener a Joaquín en clase era un privilegio. Mejor dicho, el profe Pedro hacía que lo fuera.

Ahora, después de diez años en las aulas, entiendo que un alumno con un nivel de competencia curricular de Primer Ciclo tiene que hacer un esfuerzo tremendo para soportar una clase de sexto. Creo que el profe Pedro también era consciente de ello. Por eso, cuando Joaquín se empezaba a mostrar más inquieto, el profe cortaba la clase. Daba igual si era mates, lengua o un examen. "¡Atención, Joaquín tiene algo que contarnos!", nos decía. Y para mí era fantástico, mi cabeza tampoco soportaba tanto tiempo seguido de trabajo intelectual.

Diez minutos, no creo que fuera más, SOLO 10 MINUTOS. En ese tiempo, Joaquín salía a la pizarra y nos explicaba lo que estaba aprendiendo. Otras veces, simplemente narraba lo que hizo la tarde anterior. El resto, escuchábamos. Si la situación lo requería, también participábamos. Sería imposible describir con palabras la sensibilidad con la que esa clase ayudaba o corregía a Joaquín. Incluso los más gamberros parecían transformarse en aquellos diez minutos.

Recuerdo que el profe tuvo problemas. Algunos padres "protestaron", sus hijos perdían diez minutos de clase todos los días. "Iban a ir menos reparados al instituto que los del otro sexto", le reprocharon. Mis padres asistieron a la asamblea que convocó el colegio. El profe Pedro dijo: "Es cierto, perdemos diez minutos de matemáticas, pero ni se imaginan lo que ganamos a cambio".

Ahora estoy seguro, Joaquín nos dio mucho más de lo que recibió en esos diez minutos. Nos ayudó a desarrollar la empatía, el respeto hacia la diferencia, la solidaridad... nos ayudó a ser mejores personas. Y todo a cambio de solo 10 minutos.


Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto. Aristóteles

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La guerra invisible

Foto de José Vicente Jiménez vía Flickr

“¿Cuánto pesa este vaso de agua?”, preguntó una psicóloga mientras lo mostraba al público en una charla de gestión de estrés. Las respuestas variaban, pero la psicóloga sorprendió al afirmar: “El peso no importa, depende de cuánto tiempo se sostenga el vaso. Durante un minuto, no hay problema; si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo; si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y paralizará”. Y concluyó: “Las preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas más, empiezan a doler... ¡Suelta el vaso!”. José Iribas

Ahora, Kim Payne es pedagogo en la escuela pública estadounidense, pero no siempre fue así. En sus primeros años trabajó como profesor voluntario en campos de refugiados. Allí tuvo que tratar muchos casos de ESTRÉS POSTRAUMÁTICO INFANTIL. Nerviosismo, angustia, malestar o hipervigilancia son algunos de los síntomas que aparecen tras la exposición a una situación de tensión extrema. Todos aquellos casos tenían el trasfondo de un conflicto bélico. Para Payne la sorpresa llegó cuando, años después, empezó a encontrarse síntomas similares en muchos de sus alumnos americanos, ¿qué les estaba ocurriendo? Vivían en un país en paz y, sin embargo, sufrían como si estuvieran inmersos en una guerra.

En su búsqueda de respuestas, Payne constató que la infancia moderna genera un gran estrés: la carga de responsabilidades académicas, las altas expectativas de sus padres, la falta de tiempo para jugar libremente… Físicamente tienen la seguridad que echaban en falta los niños del campo de refugiados, pero el estilo de vida al que tienen que adaptarse puede desencadenar una especie de «guerra invisible» de consecuencias nefastas para un cerebro infantil.

Hay una curiosidad científica, cuya veracidad no quisiera comprobar, pero que puede servir para comprender cómo hemos llegado a esta situación casi sin enterarnos. Cuenta que cuando se echa una rana en un recipiente con agua hirviendo, la rana salta del recipiente con todas sus fuerzas. Sin embargo, cuando la ponemos a temperatura ambiente y se va incrementando el calor progresivamente, la rana no escapa y acaba muriendo cocida.

Payne sostiene que la educación se ha ido recargando poco a poco hasta llegar al punto de ebullición. Demasiadas cosas, demasiada información, demasiada velocidad. A través de un sencillo experimento, demostró que la solución puede estar en la SIMPLIFICACIÓN. Después de analizar el estilo de vida de alumnos diagnosticados con THDA, Payne cambió sus rutinas y les dio la oportunidad de vivir una infancia real. Para sorpresa de muchos padres que desconfiaban de tan peculiar tratamiento, el 68% de aquellos niños dejó de encajar en la categoría diagnóstica del THDA y el 37% mejoró sus resultados académicos.
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